A veces pienso que algo falla en alguna parte. Hasta no hace mucho creía firmemente que el dominio de una técnica, la experiencia alcanzada a través de la iteración de procedimientos sistemáticos, reduce los errores y permite perfeccionar su ejecución. Al menos eso me pareció aprender de cuanto he leído sobre organización del trabajo. Y algo parecido he podido concluir en base a la experiencia personal acumulada en 30 años de trabajos de diversa índole. Pero insisto, algo debe estar fallando en algún lugar. ¿Realmente aprendemos de la práctica? ¿O más bien reproducimos hasta la saciedad los vicios adquiridos en ciertas formas de proceder?. Ahora ya no estoy tan segura de lo primero.
Creo que puede resultar bastante ilustrativo al respecto, detenernos a reflexionar sobre la experiencia en el manejo de correos electrónicos, algo que hoy en día resulta de lo más habitual para quienes utilizan Internet. Ajustándome a los recuerdos de cuándo abrí mi primera cuenta de correo electrónico, calculo que podemos estimar más o menos en una década el tiempo que llevamos utilizando de forma cotidiana esta herramienta. Meter la pata cuando nos adentramos en un mundo tan particularmente diferente debería considerarse del todo normal. Continuar repitiendo ciertas pautas dañinas no tiene a veces más excusa que la dejadez, la falta de empatía para con los demás o incluso el poco respeto por la intromisión en el espacio privado ajeno. Porque entre otras cosas, la comunicación vía e-mail es una intrusión en la vida de otras personas, ya sea deseada o no por quien recibe el mensaje.
Algunas encuestas sobre el uso de correo electrónico en España, apuntan que la población española recibía en 2009 una media de unos 22-23 correos diarios. La educación, delicadeza, cortesía, sensibilidad y amabilidad (o falta de ellas) con quienes interactuamos por motivos diversos en el plano físico, se ven reflejadas también en la comunicación electrónica. Sirvan como ejemplo los siguientes:
PIFIA NÚMERO UNO: la maravillosa creatividad para la redacción del asunto. De todos es conocida la recurrente frase del “muy bueno” , “urgente”, “pásalo”, “vale la pena” para el envío de las populares -y a menudo odiosas- presentaciones y cadenas múltiples. Respecto a éstas últimas encontré un blog que con humor y paciencia colecciona algunas de ellas, sonadas y tremendas. Dejando a un lado este tipo de correos, a mí personalmente, el tema del asunto que más me fascina es ese enigmático “hola”. Claro y conciso, pero exento de significado y sentido práctico. Se supone, sólo se supone, que si una persona recibe 20 o 30 correos diarios, debería disponer de algún discriminador que le facilite priorizar la lectura y tal vez relegar para más adelante aquellos mensajes que por su contenido puedan esperar.
El tiempo, una de nuestras más valiosas posesiones, tirado por el retrete. El e-mail, vendido como una herramienta eficiente de comunicación, convertida en un auténtico ladrón de tiempo. Por fortuna hay quien le tiene pillado el tranquillo a su lista de contactos y ha aprendido a eliminar intuitivamente todo aquello que sin leerlo, ya sabe que no será de su interés tan solo con echar un vistazo al remitente. Cuestión de práctica.
PIFIA NÚMERO DOS: los reenvíos masivos. Una de las peores y a mi entender más dañinas prácticas que realizamos continua e inocentemente es el reenvío masivo de mensajes a grupos de destinatarios de nuestra red de contactos, sin la precaución de ocultar las direcciones de correo. Mensajes humorísticos, sensiblones, en muchos casos bulos de cualquier tipo que nadie se molesta en verificar, van saltando felizmente de un destinatario a otro. Incluso cuando su contenido pueda ser del todo inocente, obviamos el deber de proteger la privacidad de nuestros contactos. ¿Nos prestaríamos a dar la dirección postal o el número de teléfono de nuestras amistades a desconocidos? La respuesta más común será un rotundo no (más nos vale), entonces ¿por qué no utilizamos masivamente la opción CCO?. Reenviamos impulsivamente cuanto llega a nuestra bandeja de entrada sin tener en cuenta los intereses de aquellas personas que en muchos casos tenemos etiquetadas como amistades. Falta grave de tacto y empatía. ¿Filtramos los correos recibidos para decidir a quien puede especialmente interesar nuestro envío? ¿O seleccionamos todos los contactos y que cada cual se coma lo que le apetezca?. Tal vez se trate de una cuestión de economía de tiempo (para el emisor del mensaje, pero ¿qué pasa con el tiempo del receptor?). Si tan sólo 5 de mis contactos se dedican a este hobby de fin de semana, o tardes de aburrimiento a reenviar únicamente 5 de los correos recibidos, rápidamente me encontraré cumpliendo la estadística.
Tal vez haya tras estas conductas, una necesidad imperiosa de sentirse acompañado, de sentir que compartimos algo con alguien en un mundo que nos aísla cada vez más como individuos. O acaso tener nuestra bandeja de entrada repleta de mensajes nos de la falsa ilusión de creer que realmente hay un montón de gente con la que interactuamos. Tener muchos “amigos” o “contactos” parece haberse convertido en un indicador de éxito social. Un breve test seguramente nos indicará el nivel de éxito real en esas relaciones:
– ¿cuántas veces al mes o a la semana tenemos contacto real con las personas de las que hemos recibido un e-mail recientemente?
– ¿es enriquecedor el contenido de los mensajes que recibimos de esas personas?
– ¿elaboramos respuestas, comentando, criticando, apreciando dichos mensajes?
Desde mi punto de vista, y no espero en absoluto que sea compartido, el correo al que atribuyo mayor valor personal, es aquel que ha sido escrito personalmente por el remitente y dirigido específicamente hacia el destinatario. La abundancia de páginas web con frases hechas para todas las ocasiones son una muestra de la trivialización con que vestimos muchos de nuestros actos sociales vía e-mail y de su superficialidad.
PIFIA NÚMERO TRES: equivocar el destinatario. En este punto me gustaría simplemente explicar una anécdota que le ocurrió a un conocido en el trabajo a mediados del año pasado. Este conocido había sido contactado vía e-mail por un comercial de una conocida editorial con la intención de concertar una visita para la presentación de las novedades editoriales. Al parecer, al comercial de turno no le hizo gracia que le convocaran un viernes por la tarde y comentó el hecho con su compañero mediante un correo electrónico. El comentario, fue enviado por error al potencial cliente, poniendo en evidencia, en un lenguaje poco correcto, su fastidio por tener que trabajar un viernes tarde. Por supuesto el mensaje fue contestado en un tono de lo más formal, con la intención de abochornar al desdichado comercial. Así pues se trata sencillamente de adoptar hábitos de auto-revisión de nuestro trabajo, por ejemplo verificando que las direcciones de correo seleccionadas para el envío, son realmente las que deseamos añadir. La experiencia con nuestro entorno se vuelve cada día más inmediata con ayuda de las nuevas tecnologías y acaba modificando nuestras actitudes y formas de hacer. La impulsividad acaba dominándonos incluso en aquellas acciones que requieren una reflexión o elaboración pausada.
PIFIA NÚMERO CUATRO: la elección del nombre de usuario de correo. Nuestra vida personal y laboral se entrelaza cada día de forma más estrecha, gracias a los recursos tecnológicos a nuestro alcance. Ello es así hasta el punto de que nos podemos sorprender enviando un correo de trabajo en nuestro tiempo libre mientras que enviamos una chorradita a un amigo/a desde el lugar de trabajo. No discuto si ello es correcto o adecuado, entiendo que el solapamiento de las diferentes esferas de nuestra vida, viene condicionado por la propia evolución de la sociedad. Lo que sí me parece una práctica totalmente falta de estilo y corrección en las formas, es el uso de usuarios de correo del estilo “pichurri_23” para establecer contactos de tipo comercial, peticiones formales de información a organismos públicos o privados o como dirección de correo en un currículum. Puede parecer increíble, pero he visto cosas muy gordas. Parece no haber una auténtica conciencia de que a través de los diversos elementos del e-mail, dejamos un claro rastro de como somos y pensamos, el e-mail, como antiguamente la carta manuscrita, muestra más allá de su contenido estricto, información muy rica y variada sobre nuestra persona y deberíamos poner en su confección el mismo esmero que cuando nos aseamos y vestimos para acudir a un evento: ¿es nuestro aspecto y vestimenta adecuado para la ocasión?.
PIFIA NÚMERO CINCO: Abrir correos de dudoso asunto o de remitentes desconocidos. A menudo la curiosidad mata al gato y en el campo del correo web, ni escaldados, muchos usuarios continúan abriendo correos de desconocidos. ¿Abrimos la puerta al desconocido que llama al timbre? ¿Por qué entonces abrir la puerta a algo que puede colarnos el más destructor de los virus?. Parece increíble que la ingenuidad humana pueda alcanzar ciertas cotas, pero ocurre. Y la clave parece ser la misma que se acciona en el típico timo. Se remueve el pálpito más instintivo de las personas como la avaricia, o la lástima, una vez escogido el anzuelo es fácil construir una historia creíble y esperar que el pez muerda el anzuelo. A nadie le toca un premio en un concurso en el cual no ha participado, ni se venden duros a cuatro perras. Ante la duda, siempre eliminar. Siempre.
Incluso cuando nos encontramos ante suplantaciones de identidad en el correo y si conocemos lo suficiente toda nuestra lista de contactos, sabremos con una cierta seguridad que “fulanito” es imposible que nos envíe un e-mail con determinados tipos de asuntos. Ante la duda de nuevo eliminar, con toda seguridad nuestro remitente no se enojará por haberlo hecho.
Si además de abrir correos sospechosos tenemos la desfachatez de reenviarlos a una lista de contactos, nos encontramos ya ante una acción del todo irresponsable. Es como enviar a nuestro hijo/a a clase con una rubeola a sabiendas de que contagiará a toda la clase.
Para acabar solo quisiera rogar, encarecidamente, que para informar que hemos recibido un pedido no hace falta escribir una epístola y que si de lo que se trata es de escribir una carta de amor no utilicemos el estilo telegrama. Cada situación requiere un registro adecuado, prolonguemos los momentos placenteros y sinteticemos aquella información de carácter práctico que aligere nuestro trabajo y el de quienes han de leernos.
Posdata: no tiene mucho sentido usar la posdata en el correo electrónico, dado que si recordamos algo una vez acabado el mensaje, no hay más que intercalarlo donde convenga. Maravillas tecnológicas.
Imagen: culturartedigital.com