Una visita al Louvre puede ser una aventura frustrante cuando después del largo viaje, la ansiada espera, la noche trepidante en un hotel desvencijado del barrio chino y la larga cola en taquilla por conseguir la entrada, una llega a la sala donde se expone la archifamosa Gioconda de da Vinci.
Recuerdo de aquel encuentro, hace ya casi quince años, un sentimiento de perplejidad, mezclado con cierta dosis de decepción, tal vez con mayor intensidad que el deleite producido por la visión de aquella obra singular. La sala estaba atestada de gente, así que tuve que resignarme a ocupar el hueco que me tocó, a una distancia excesiva para que mi miopía – aunque corregida – me permitiera observar en detalle los trazos del genial maestro. La escasa luz de la sala, seguramente protegía los pigmentos del lienzo y el propio soporte, pero para mí, tan solo añadía otro importante reto a la hora de visualizar con claridad el retrato. Creo recordar, si no me falla la memoria, que las entradas a la sala se sucedían por turnos. Con lo cual la posibilidad de entregarse al goce de mirar por el tiempo apetecido, quedaba totalmente descartada. Hacerlo en soledad alcanzaba categoría de simple quimera. Aunque es posible que me engañe el recuerdo y eso hubiera ocurrido en algún otro museo con alguna otra obra. Peor lo habrán tenido quienes la hayan visitado después de 2005, pues habrán tenido que conformarse con contemplar la Mona Lisa, tristemente enclaustrada en su urna de cristal (eso sí, a prueba de balas).
Ésta es sólo una de las muchas anécdotas que conservo respecto de las incursiones “museísticas” que suelen ser parte importante de mi dieta viajera.
Mi experiencia hubiera sido muy diferente -estoy plenamente convencida- de haber tenido lugar en el tiempo tecnológico actual.
Uno de los desarrollos tecnológicos que me resultan más fascinantes es el de la realidad aumentada y su aplicación en los museos. Meses atrás en Mundowiki dedicamos un post a una aplicación concreta de esta revolucionaria tecnología en el sector del turismo, aprovechando el tirón de la tecnología móvil.
A parte del alto potencial como herramienta pedagógica en muchas disciplinas, aplicado a la museografía, nos permite realmente aumentar el valor de nuestra experiencia personal a través de cualquier exposición. La realidad aumentada nos proporciona información adicional, reconstrucciones de hechos históricos y sitios arqueológicos, reproducción de modos de vida pasados y una cierta capacidad de manipulación sobre los objetos que observamos, que no resultaría posible en la concepción de los museos tradicionales. Ni tan solo resulta necesario salir de casa para contemplar una obra maestra, siempre y cuando contemos con un equipamiento tecnológico mínimo. Y por supuesto, podremos olvidarnos del guardián de turno que nos llama la atención por pasar unos centímetros la línea de seguridad que nos separa de aquel objeto que misteriosamente nos atrae, casi rogándonos que lo toquemos.
Muchas otras son las ventajas que se me pasan por la cabeza, respecto a este tipo de visitas. La Mona Lisa podría ser volteada en la palma de nuestra mano hasta el aburrimiento, sin poner por ello en peligro la integridad de la obra. Miles o tal vez centenares de miles de obras de arte, yacimientos arqueológicos o conjuntos arquitectónicos, podrían ser visitados sin poner en peligro su supervivencia o contribuir a su deterioro. Pensemos por ejemplo, sin salir de España, en la restricción de visitas a las Cuevas de Altamira y la posterior construcción de una réplica de las mismas para evitar el impacto ambiental provocado por el alto número de visitantes.
La tecnología de realidad aumentada está justo empezando a explorar su alto potencial de aplicaciones. Me pregunto si evolucionará también hacia concreciones que vayan más allá de la comunicación y la interacción visual. Para mi, que me considero kinestésica en alto grado, sería en verdad un gran avance que la realidad aumentada fuera capaz de superar el límite de la información visual y pudiera suministrarme percepciones sobre la textura de un tejido del siglo XIX, el tacto de la piel de un reptil exótico o las irregularidades del relieve de una fortaleza normanda.
Mientras esperamos esos sueños futuristas que nos alcanzan cada vez a mayor velocidad, podemos disfrutar de una variada lista de proyectos de realidad virtual para museos en este enlace. Feliz viaje a la hiper-realidad.
Imagen: nuevarealidadaumentada.blogspot.com