Los hurtos en la capital catalana son uno de los graves problemas no resueltos de la Administración. De lo que más abunda es el llamado “robo al despiste”, es decir, aprovechar el despiste de la víctima para sustraerle objetos personales de valor. La popularidad de esta técnica radica en una cuestión jurídica, dado que se consideran faltas y no delito cuando no superan los 400€. Se trata de un problema grave, tanto para la percepción sobre la calidad de vida de quienes residen habitualmente en la ciudad, como para los 7.133.524 de turistas internacionales (datos de 2010) que nos visitan y que son las víctimas preferidas. Como respuesta a esa pasividad, impotencia, falta de control, recursos o soluciones -dígasele como proceda a las posibles causas- la ciudadanía ha empezado a usar los medios a su alcance, entre ellos Internet, para intentar poner coto a un fenómeno que parece imparable.
Que la iniciativa privada sea protagonista de acciones que corresponden a los sistemas y cuerpos de seguridad del Estado no es algo que pueda calificarse de usual en nuestro país, pero tampoco pertinente. Cabe pensar que ocurre tan sólo en situaciones críticas, indicando una clara percepción de desamparo y falta de credibilidad en los dispositivos de seguridad oficiales.
Tal es la acción anónima impulsada en marzo de 2010 a través de un grupo de facebook llamado “I know someone who got robbed in Barcelona” (Conozco alguien que fue robado en Barcelona). Su objetivo es básicamente de carácter preventivo ya que muchos de los hurtos podrían evitarse tomando medidas sencillas. A esta tarea preventiva contribuyen sin duda, las experiencias personales narradas por los internautas, que pueden ayudar a comprender el modus operandi de este tipo de delincuencia y a ser más precavidos.
A raíz de esta iniciativa se creó también robberymaps.com, un sitio participativo que a través de Google Maps permite a víctimas y testigos, localizar robos geográficamente en cualquier lugar del mundo y explicar su experiencia.
Algunas personas han ido más allá en esa acción de denuncia, y se han implicado activamente en la evitación de este tipo de hurtos. Unas son vecinos y vecinas cansados de ver estos actos a diario, otras, personas que usan el metro habitualmente y estan familiarizadas con tal tipo de prácticas. Sus únicas armas: un silbato y su voz. No son pocas las víctimas que se quejan de la pasividad de los transeúntes que son testigos de robos al despiste. Y es cierto que nuestra sociedad, a medida que el Estado ha ido regulando cada vez más facetas de nuestra vida, ha eliminado sus propios mecanismos de control social. Esos mecanismos que a través del contacto y las relaciones sociales presionan a cada individuo a comportarse tal y como la sociedad espera que lo hagan.
Los que hemos tenido la suerte de viajar a culturas más tradicionales, donde la comunidad tiene aún mucho que decir acerca del comportamiento público de sus miembros, hemos podido comprobar como, sobre todo con los grupos de edad más jóvenes, los adultos les increpan por la calle ante conductas socialmente no deseables, sin que sea preciso que medie entre los implicados ningún vínculo estrecho familiar o de amistad. En el lado opuesto a esta forma de actuar, quién no sabe hoy en día que llamar la atención a un niño o niña que está haciendo algo indebido, nos puede acarrear casi invariablemente, la bronca de su progenitor que saltará airadamente a proteger a su retoño.
Personalmente tuve una experiencia en un vagón de tren con un adolescente al que llamé la atención por estar fumando. Mi educación y corrección en las formas no evitó que el infractor continuara con su conducta, a lo más sirvió para que se midiera conmigo, creciéndose ante el cálido apoyo de sus “colegas”. Yo no tuve la misma suerte, los pasajeros en ningún momento, a pesar de condenar su conducta en petit comité y en voz queda, hicieron gesto público alguno para arropar mi recriminación. Ese tipo de actitudes son las que permiten que ciertas personas se comporten de forma socialmente inaceptable con total impunidad.
Hace escasos dos meses, La Vanguardia recogía a través de youtube uno de esos ejemplos de iniciativa ciudadana:
Desgraciadamente el trasvase de agentes hacia las zonas conflictivas de la ciudad, es una medida que a lo sumo relocaliza la delincuencia hacia otras zonas. O bien no tiene más efecto que el de alertar a los infractores de la presencia policial y extremar las precauciones a la hora de delinquir. Como la mayoría de los que actúan son grupos organizados que se comunican por móvil, no parece difícil que puedan burlar las patrullas de vigilancia.
La acción de los “cazacarteristas”, aunque loable, no es una vía aceptable de solución. Aunque es un ejemplo de civismo para toda la sociedad, tan sólo debería servir para recordarnos que educar es también obligación de la sociedad en su conjunto y no tan solo en estas cuestiones, si no en todo aquello que comporta el respeto hacia las personas, sus bienes y los espacios y bienes públicos. Si la presión sobre los grupos de carteristas aumenta por este tipo de acciones, es posible que se tornen más violentos, poniendo en peligro a las personas que los delatan.
Aumentar las penas o modificar la tipificación de los hurtos es un camino, ya practicado en reformas anteriores, pero no incide sobre los orígenes de esa delincuencia, por lo que tampoco resuelve el problema. Eso sí, altera las estadísticas sobre faltas y delitos y tal vez obligue a los perpetradores a emigrar hacia países con legislación más blanda, cosa que dudo. O simplemente acabe trasladando el problema a las cárceles españolas.
Al final, la causa última de estos problemas, que es la desigualdad social y la marginalidad, queda oculta bajo otras cuestiones. En esta dirección se pronunciaba en un reportaje de El País, Emilio Sánchez Ulled presidente de la Unión Progresista de Fiscales, cuando afirma:
“No deja de resultar llamativa la facilidad y naturalidad con que se endurece la respuesta penal a las infracciones propias de la marginalidad, que contrasta vivamente con el tradicional desinterés cuando se trata de mejorar, ya ni siquiera endurecer, la regulación de los delitos de cuello blanco”
Que una gran parte de la delincuencia se elimine es más cuestión de alternativas para tener un plato caliente que llevarse a la boca que de contingentes policiales y otras medidas de seguridad. Mientras no asumamos esa realidad, Barcelona y muchas otras ciudades del mundo seguirán apareciendo en las noticias por los mismos motivos.
Fotografía: elpais.com