Me causa un cierto desasosiego, no sé si infundado, la forma en que los medios de comunicación tratan ciertos aspectos sobre determinadas noticias. Pensaba concretamente en algunas de las cosas que se han escrito a cerca de Anders Behring, autor confeso de la execrable matanza en la isla de Utoya del pasado viernes.
Quienes escriben, ya sea profesionalmente o como amateurs, con habitualidad o de forma ocasional, producen. Producen ideas y generan opinión, sentimientos, repulsa, aprobación. El acto de escribir pretende siempre despertar una determinada acción o reacción entre las personas destinatarias de lo escrito. Quienes leen, reinterpretan, reconstruyen y reutilizan esa producción con diferentes fines, hasta el extremo de poder esgrimirla como justificación de sus futuros actos o como argumentos que apuntalan una determinada ideología con la que confiesan. Todo ello se ha puesto de manifiesto una vez más en la información que la prensa ha publicado en estos últimos tres días acerca del doble atentado de Oslo.
Por esas mismas razones, quisiera llamar la atención sobre cierta información hecha pública en los principales diarios del país sobre el perfil de Anders Behring, que en mi opinión no aportan ninguna información relevante sobre los hechos, pero que en cambio sí pueden tener efectos perniciosos y distorsionadores sobre la opinión pública o cierta opinión pública.
Siguiendo la lógica de mi sentido común, cuestiones como qué tipo de lecturas, videojuegos, series televisivas o actividades, eran las preferidas de quien en su momento era únicamente -presunto culpable de una masacre – son datos que, en todo caso, debieran formar parte exclusivamente, de la investigación policial y que no deberían ser incluidos en la descripción de los hechos por parte de ningún rotativo.
Semejante tipo de alusiones pueden aparecer ante el público lector como indicios de una determinada psicología perversa, simplemente por un mecanismo bastante común de asociación de ideas. Si en vez de la expresión “obsesionado con la política”, escribimos “apasionado por la política”, el valor de lo escrito cambia drásticamente, así como la percepción que recibimos respecto de la persona a la que se le cuelga semejante etiqueta.
Buena prueba de su obsesión por la política es su vinculación con el Partido del Progreso (FrP)
Es la frase que podía leerse en el rotativo de El Periódico. En mi opinión la afiliación a un partido político no representa prueba alguna de ninguna obsesión, al menos de tipo clínico, que pueda explicar la acción de un homicida, por muy de extrema-derecha que sea el mencionado partido.
Conozco decenas de jóvenes que pasan gran parte de su tiempo libre jugando a World of Warcraft y eso no los convierte en potencialmente violentos.
En cuanto a la serie sugerida como una de las favoritas de Behring, no es la primera vez que la figura del “justiciero” aparece en la iconología del cine, el cómic o ciertas leyendas populares y no por ello se puede deducir que sus espectadores y/o lectores defiendan la idea de tomarse la justicia por su mano.
Personalmente, he leído 1984 de Orwell, El Príncipe de Maquiavelo y 3 obras de Kafka, ¿me configura ello como una persona potencialmente peligrosa?.
Del mismo modo que les parecerá absurdo realizar ese tipo de asociaciones en base a mis preferencias políticas, literarias, cinematográficas, musicales o del tipo que fueran, encuentro absurdo documentar preferencias de ese orden en un individuo, por parte de la prensa, para tratar de establecer los móviles que le indujeron a destruir la vida de seres inocentes.
Por último quisiera señalar también como gesto muy irresponsable, la alusión que se hizo en las primeras noticias publicadas sobre la posible autoría de los atentados, a grupos antisistema, extremo que fue aducido por la propia policía noruega . Las palabras nunca son inocentes o neutras y la recurrencia continuada a ciertos etiquetajes para hablar de determinados hechos, pueden derivar en una estigmatización de personas o colectivos involucrados en la narración de los hechos. Existen ciertos temas que por su contenido, deberían ser tratados con el máximo de prudencia y consciencia sobre lo que decimos y el cómo puede ser interpretado. Nadie queda eximido de esa responsabilidad.