Mucho ha costado que Spotify aterrice por fin en los Estados Unidos. Meses de negociaciones para contentar a los gigantes discográficos del país, temerosos de perder su anacrónico negocio basado en el soporte físico. Y no ha sido fácil convencerles de que su futuro -es más, su presente- depende de su capacidad de adaptación al modelo de negocio de música como servicio y no como producto.
La companía sueca supo comprender, antes y mejor que nadie, este nuevo concepto de negocio musical, poniendo a disposición de sus ávidos usuarios todo un mundo de canciones, gracias a su amplísimo catálogo y un servicio eficaz, con una aplicación de escritorio bien diseñada y en constante evolución, como interfaz de un sistema de streaming con ancho de banda más que suficiente para satisfacer la enorme demanda. Pero quizás, la gran baza de Spotify era la flexibilidad de su modelo freemium, que ofrecía suscripción gratuita (con publicidad y límite de horas de escucha) para quienes no pudiesen permitirse la cuota exigida por disponer de música ilimitada en el ordenador e incluso en el smartphone.
El modelo de negocio de Spotify, que adquiría estatus legal satisfaciendo derechos de autor a las discográficas a partir de los ingresos por suscripción, publicidad y descargas de pago, debía esquivar dos grandes escollos para llegar a buen puerto: por un lado, el número de usuarios de pago no llega a la quinta parte del total; por otro, la expansión internacional del servicio se veía frenada por la resistencia del mercado estadounidense.
El primero de estos problemas ya fue analizado por Pablo Díaz Luque en nuestro anterior artículo de Mundo Wiki. Spotify decidió desplazar su oferta hacia los servicios de pago, limitando gravemente las características de la cuenta gratuita: las horas de escucha mensuales se veían reducidas de veinte a diez, y cada canción del catálogo sólo podría ser escuchada cinco veces en total. Este arriesgado movimiento obtuvo una pésima acogida por buena parte de sus hasta entonces satisfechos usuarios, quienes lo consideraron poco menos que una traición. Desde entonces, muchos han decidido darle la espalda y experimentar con otros servicios como Grooveshark o Musicuo; quizás menos pulidos, pero que a cambio ofrecen suscripciones gratuitas, escucha ilimitada y capacidad para subir la música de nuestras bibliotecas particulares. Y todo ello sin necesidad de instalar una aplicación de escritorio (para alivio de los incomprendidos usuarios de sistemas operativos Linux).
Pero, por encima de todo, Spotify tenía entre ceja y ceja su expansión hacia Estados Unidos, y una vez hecha pública su llegada al Nuevo Continente, diríase que la travesía del desierto llegó a su fin. ¿O quizás no? Las exigencias de las compañías discográficas, la competencia con otros servicios de ya existentes en la nube y las reservas que aún genera el propio negocio de la música como servicio emborronan el mapa de ruta de los emprendedores suecos. Próximamente analizaremos estas cuestiones en Mundo Wiki. 😉