Juventud digital: nuevos retos sociales a medio plazo

¿Jugando o aprendiendo? (en elpais.com)

Decir que el ser humano se caracteriza por su capacidad para transformar el medio es una obviedad. Realizar el trayecto en sentido inverso es algo que aunque cierto, no es tan evidente. En las últimas dos décadas hemos experimentado una auténtica revolución del medio en el campo tecnológico y es precisamente ese nuevo entorno en el que interactuamos, aprendemos, trabajamos y buscamos entretenimiento,  el que está siendo capaz de transformar al ser humano. Me estoy refiriendo a un segmento de la población más joven, que ha venido al mundo y experimentado su primera socialización plenamente zambullidos en el entorno de las Tic’s. Se habla de ellos usando los términos generación Z, N-Generation, D-Generation o el más popularizado por Marc Prensky: nativos digitales.

Personalmente, eludo por voluntad expresa el uso del término “generación”, y el intento de identificarlo con un período temporal concreto, dado que la vivencia y el contacto con las Nuevas Tecnologías son experiencias que dependen en gran medida de cuestiones históricas, geográficas y sobre todo socio-económicas.

Identificar el concepto de nativos digitales con una generación, transmite una descripción sesgada sobre ciertos grupos, en ciertos lugares concretos del planeta que disfraza grandes desigualdades sociales. Como si el hecho de haber nacido en determinado período, confiriera ya de por sí, unas determinadas estructuras de valores, visión del mundo y formas de pensamiento y acción. Aquello que no se ve, fácilmente acaba por no existir. Por tanto resulta mucho más operativo hablar de los nativos digitales, como de un concepto que aglutina ciertas características que se dan en determinados componentes de las generaciones más jóvenes.

El ensayo de Prensky,  Digital Natives, Digital Immigrants, expone con gran acierto y brillantez cómo la tecnología digital ha reorganizado las formas de pensar, informarse, comunicarse, relacionarse e interaccionar con la propia tecnología, de esos y esas jóvenes que -por primera vez en la historia de la humanidad- han experimentado y convivido con esa tecnología desde su nacimiento. Dado que su trabajo se circunscribe al ámbito de la docencia, es lógico que haya despertado un amplio debate sobre la escuela tradicional y su incapacidad para dar respuesta a este nuevo y peculiar alumnado, que usando la metáfora del propio autor, habla un lenguaje diferente. Resulta también comprensible hasta cierto punto, que muchos blogs, haciendo referencia al fenómeno de los nativos digitales, reproduzcan una y otra vez pasajes del texto de Prensky. Más cuestionable es que sus escritos sean incorporados al discurso de quienes defienden un cambio drástico en el sistema educativo para adaptarse a esta nueva realidad, de forma totalmente acrítica.

Es cierto que de repente, nos encontramos con un colectivo de personas a las cuales la tecnología ha conferido unas cualidades diferenciales. Así, construyen su realidad y su identidad en la Red, desarrollando una serie de capacidades (inteligencia visual, multitarea, gran velocidad en el procesamiento de información, habilidades en el acceso aleatorio a la información,…)que les distinguen del resto de población, la cual a lo sumo, ha incorporado la tecnología digital a una experiencia vital preexistente y no digital. Pero los potenciales beneficios de esta nueva era digital parece que avancen sólo en el terreno lucrativo. Las empresas se apresuran a consolidar su presencia en Internet, estudiar las pautas de comportamiento y desarrollar un marketing adecuado para captar a una cierta población que se desarrolla y construye básicamente en las Redes Sociales y que manifiesta aptitudes aparentemente “naturales” para manipular y dominar cualquier nuevo producto tecnológico.

Dos son los principales retos que la sociedad debe plantearse de cara a su evolución futura, en relación con esa pretendida juventud digital, y el futuro está a la vuelta de la esquina. Uno de ellos es la fractura digital que se produce entre quienes quieren y/o pueden acceder a ese nuevo universo tecnológico y quienes no. Una vez más, las diferencias están correlacionadas con aspectos socio-demográficos. Aunque el debate sobre la brecha digital generó fuerte discusión, conferencias y teorizaciones a principios de la década anterior, parece como si hubiera desaparecido del mapa mental de las preocupaciones del nuevo milenio. O es que hasta el debate es una cuestión de modas y se agota cuando empieza a aburrir,  substituyéndose por un nuevo centro de interés. Con este abandono se traslada a la ciudadanía una percepción de problema superado. Debemos insistir y presionar incesante e incansablemente a los poderes públicos, para que articulen políticas reales orientadas a la eliminación  de las diferencias sociales en el acceso a las TIC’s, principalmente entre la juventud, próximos no sólo consumidores si no productores y reproductores sociales. Sólo así estaremos en condiciones de hablar de auténticas generaciones digitales.

El segundo reto, pero de una importancia trascendental, es la necesaria transformación del concepto de trabajo, de las relaciones laborales y de la estructura organizacional de las empresas. Si es cierto que las generaciones más jóvenes se caracterizan por concentrarse mejor cuando realizan varias tareas a la vez, ser impacientes y necesitar recompensas continuas e inmediatas, manejarse mejor en el campo gráfico que en el textual y ser el juego su forma natural de aprender y trabajar, las empresas se enfrentan a un gran reto a la hora de incorporarlos a sus organizaciones.

Las estructuras empresariales actuales y las expectativas de sus dirigentes respecto lo que deberían ser sus empleados, distan mucho en general, de ser capaces de interesar a esa futura fuerza laboral, que por otro lado, la sociedad necesitará. El trabajo asalariado continua implicando, de forma predominante, la cesión de nuestro tiempo de forma rígida y sujeta a horarios estrictos, cuando debería estar evolucionando hacia la cesión de nuestro producto o servicio. Todo ello independientemente de como empleemos nuestro tiempo para llevarlo a cabo. Sigue siendo muy común en las organizaciones la estructura jerárquica, incluyendo canales de comunicación que no se inspiran precisamente en ese hábito de compartir propio de las redes sociales y de los nativos digitales.

Es posible que algunos miembros de estas nuevas generaciones, encuentren su nicho laboral en el sector de la producción tecnológica, espacio en el que pueden sentirse mejor identificados, motivados y realizados. El teletrabajo, por sus peculiaridades, puede también constituir una vía adecuada para la captación de este colectivo, pero no parece de momento, que evolucione a un ritmo suficiente para absorber a esta población llegado el momento.

¿Qué ocurrirá entonces con el resto?. ¿Cómo captar y retener a estos trabajadores potenciales en otros sectores económicos?. ¿A qué tipos de trabajos quedará condenada aquella porción de los adolescentes actuales que hayan quedado al margen de la inmersión digital?. La lista de interrogantes es extensa. ¿Será finalmente la sociedad de la información una sociedad del conocimiento, o quedará en un sueño utópico?. O por el contrario esta revolución tecnológica ¿tenderá a ahondar aún más las diferencias sociales tanto internas como entre países?.

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About Roser Escriche

Economista y antropóloga. Profesora de Administración y Finanzas. Interesada en todo aquello relacionado con el comportamiento humano y las cuestiones sociales.
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