Permitidme hoy que deje volar mi faceta más filosófica y callejee durante el breve tiempo que dura este post por los intrincados caminos del “deber ser”. Un acto de rebeldía contra “lo que las cosas son”, consustancial a mi persona, a la vez que amainado por los palos que da la vida y la floja consideración que tiene el discurso idealista hoy en día.
Existe, como ocurre con otros términos, cientos de definiciones acerca de lo que es la tecnología, pero creo que podríamos estar de acuerdo al menos, en algunas características comunes, que destaco de entre otras porque me permiten orientar la reflexión hacia donde me interesa:
1. se nutre del conocimiento científico a la vez que lo alimenta
2. se orienta al diseño y producción de bienes que satisfacen necesidades humanas – o si conviene se inventan-(el apostillado por supuesto es de cosecha propia)
3. requiere un uso intensivo de los recursos planetarios con el consiguiente peligro de agotamiento
4. permite el control del medio en el que vivimos los seres humanos y facilita su adaptación al mismo – aunque conozco a un puñado para quienes la tecnología supone un auténtico obstáculo de control y adaptación-.
Todo ello por supuesto, en teoría. Es lo que suelen tener las definiciones… ¡son tan asépticas ellas!.
Abandonemos ahora la semántica y volvamos la mirada a lo palpable, a lo que la tecnología está haciendo por nosotros en estos momentos.
Pocos se atreverían a discutir que la tecnología facilita nuestra interacción con el entorno, y entre los propios seres humanos, al menos la de aquella parte de la humanidad privilegiada que tiene acceso a dicha tecnología. Aquí encontramos ya el primer escollo, que como habilidosos seres parlantes hemos bautizado como brecha digital.
Otro de los problema que percibo, sea tal vez el insuficiente tratamiento del lado oscuro de esa actividad humana, o cuanto menos la relativización que se hace de sus consecuencias perniciosas. Una actividad que de momento, ya se ha erigido en una de las formas de poder más relevante en lo que va de siglo XXI. Un poder que dicho sea de paso, ha dejado de estar en manos de los gobiernos, para convertirse en el objeto social de grandes compañías transnacionales.
Personalmente detecto ciertas paradojas ya sólo en las características que apuntaba más arriba. Entre otras cosas se me antoja paradójico que el desarrollo tecnológico en su afán de resolver problemas humanos, agote recursos que plantean la necesidad de diseñar nuevas tecnologías, que agotarán otros recursos. Lo mismo ocurre con la contaminación ambiental que puedan generar esas tecnologías, que obliga a proponer tecnologías alternativas. ¿Y si todo desarrollo comenzara con unas premisas ineludibles en cuanto a valores deseables socialmente?. ¿No deberíamos ante todo sentar las bases de aquellos ámbitos de la vida que la tecnología debería respetar?.
El uso de tecnología y el consumo de bienes tecnológicos, parece más una simple estrategia diferenciadora de estatus social y prestigio personal que una herramienta para la mejora del mundo en que vivimos. Se sofistican los objetos con los que interactuamos, pero no lo que realizamos con ellos. Medimos el desarrollo en términos de bienes y objetos altamente tecnificados que incorporamos a nuestra vida cotidiana, a veces con un frenesí irracional. Pero ¿qué hay del desarrollo de las personas en sí mismas?. ¿Nos pertrecha el desarrollo tecnológico de un mayor conocimiento? ¿Hemos adquirido mejores cualidades humanas gracias a la tercera revolución tecnológica? Dicho de otro modo, ¿realizamos un mejor ajuste de nuestros comportamientos en cuanto a nuestros interrogantes interiores y los derivados de la interacción con nuestros semejantes y el mundo que nos rodea?.
A título de ejemplo cito algunas situaciones que pueden resultar familiares al lector: ¿Qué más da realizar una llamada de teléfono con un fijo o un smartphone, si nuestro mensaje está totalmente vacío de contenido?. O el interlocutor al otro extremo desconoce las formas más elementales de cortesía y educación, entrando a saco en su monólogo, sin identificarse ni comprobar si habla con quien cree. ¿Qué más da disponer de acceso a internet si uno de los tres temas más buscados, por ejemplo en google, fué Justin Bieber?. ¿De qué sirven las tecnologías aplicadas a la fabricación de vehículos más seguros, si la conducción se torna cada día más incívica e irrespetuosa con el resto de conductores/as?.
¿Qué atención se presta a esas generaciones más adultas que difícilmente pueden ya operar en un mundo altamente tecnificado? Tal vez creamos que llegará un tiempo en que los más mayores sean ya individuos digitales por nacimiento. Pero si el ritmo del cambio tecnológico continua, no creo que sea excesivamente osado por mi parte augurar que las sociedades de la información contarán siempre con una masa de población de mayor edad incapaz de asimilar dichos cambios.
Al final lo que acabo cuestionando es si realmente la sociedad de la información y la tecnología va a hacer de nosotros/as mejores personas o ciudadanos/as o simplemente se quedará en una revolución de las formas de enriquecimiento empresarial del siglo XXI.
Fotografía: tecnologiascool.blogspot.com
Roser, sempre em meravella el teu texte. Al.lucinant. Escriu tant com puguis !!!!!!
“No esta hecha la miel, para la boca del cerdo”. Las armas no son las que matan, son l@s que las usan. La tecnologia es del todo necesario, lo que no es necesario es la tecnologia en el hogar, y mas mayormente, si los que habitan ese hogar no tienen las aptitudes minimas para poder usarla. Y no quiero con esto plantear ningun problema etico, o,….si?