Si tenemos en cuenta que existe un número estimado de 5.000 millones de teléfonos móviles activos en el mundo (más de 2 teléfonos por cada 3 personas del planeta), y que cada día más niños y jóvenes tienen acceso a esta tecnología, es comprensible que en los últimos años haya crecido la preocupación por los efectos de las emisiones de radiofrecuencia sobre la salud de las personas. Hace pocos días, la Agencia Internacional para la Investigación Sobre el Cáncer (IARC), perteneciente a la Organización Mundial de la Salud, publicó una nota de prensa en la que alertaba sobre el riesgo de contraer cáncer a causa del uso de telefonía móvil. La OMS ha clasificado como posiblemente carcinogénicos en humanos los campos electromagnéticos de radiofrecuencia generados por los teléfonos inalámbricos. En concreto, se ha detectado un incremento del riesgo de padecer glioma, un tipo de tumor maligno del tejido neuroepitelial presente en el cerebro y la médula espinal.
Los estudios revelan indicios, no evidencias
Las pruebas aportadas por los estudios realizados hasta la fecha no son concluyentes; de hecho, se las considera “limitadas” para el glioma y el neuroma acústico, e incluso “inadecuadas” para extraer conclusiones sobre los demás tipos de cáncer. Aún así, se las ha considerado lo bastante serias como para asignar a la radiofrecuencia de telefonía móvil la clasificación 2B (posiblemente carcinogénicas para los humanos). Ante estos indicios y la clasificación asignada -y dado que sólo han transcurrido unos quince años desde la popularización de los teléfonos móviles-, los estudios se centrarán a partir de ahora en los efectos a largo plazo en usuarios intensivos (considerados como tales aquellos que efectúan llamadas durante más de treinta minutos al día).
¿Alarma social?
Ante la avalancha de información que ha provocado el anuncio de la OMS, muchas personas han reaccionado con pavor, y poco más que han deseado encerrar sus -hasta entonces- preciados teléfonos móviles en alguna caja fuerte con paredes de plomo, o quizás lanzarlos al fondo del mar en aquellos barriles radiactivos que perseguía Greenpeace tiempo atrás.
Si bien los datos obtenidos por la OMS deben preocuparnos, no olvidemos que hace sólo un año la OMS no encontraba riesgos para la salud en el uso de teléfonos móviles. En cualquier caso, los indicios observados sí deberían hacernos reflexionar sobre uso adecuado de nuestros teléfonos. Las recomendaciones a seguir responden al sentido común: hacer que las llamadas duren sólo el tiempo necesario, emplear el “manos libres” siempre que haya ocasión y sustituir llamadas por mensajes de texto.
Respuesta empresarial
No se ha hecho esperar la contundente reacción de quienes encuentran un riesgo mayor sobre sus cuentas de beneficios que sobre la salud de sus clientes. En España, la Asociación Multisectorial de Empresas de la Electrónica, Tecnologías de la Información y la Comunicación, Telecomunicaciones y Contenidos Digitales (AMETIC) ha incidido en que los fabricantes de teléfonos móviles cumplen estrictamente la normativa de la UE sobre emisiones de radiofrecuencia. Pero, por mucho que esto sea cierto, los datos ofrecidos por la OMS -y sobre todo, los estudios venideros- deberían poner en alerta a la Unión Europea. Cuando la ley es insuficiente, debe ser revisada.
En espera de acontecimientos, me pregunto qué sucederá si se demuestra necesario replantear el uso de la telefonía móvil, o mejor aún, afrontar una evolución tecnológica que deje de poner en riesgo nuestra salud. ¿Serán los medios de comunicación, y más aún nuestra sociedad acomodada, lo bastante valientes como para impulsar ese cambio, o sucumbirían ante los poderosos intereses económicos de los fabricantes?